Se acostumbra hacer un altar en donde simbólicamente compartimos con aquellos que ya no están y los recordamos.
Cada región del país tiene una manera particular de colocar el altar y los objetos que en él se ponen también varían de estado en estado. Aunque por tradición hay algunos elementos que no pueden faltar.
La sal, el agua, fotografías de los difuntos, su comida favorita, algunos juguetes para los niños y algunas de las cosas que sabemos les gustaban a nuestros difuntos. Las impresindibles flores de cempasuchil de color naranja, olorosas y muy vistosas, no pueden faltar así como las veladoras y unos curiosos dulces hechos de azúcar y a últimas fechas, incluso de chocolate y amaranto. En estos dulces se acostumbra poner el nombre de las personas que habitan la casa como juego macabro pero muy divertido. También abundan las veladoras y el copal y esto crea en las casas una admósfera de recuerdos, olores tradicionales, anecdotas de los que ya no están y este recuerdo anual de que los que se han ido no se olvidan y los que estamos vamos para allá.
Es buena idea hacer que los niños participen de esta tradición y contarles cómo eran tal vez los abuelos, los primos, los tíos o los familiares que no están y que ellos mismos hagan sus diseños en la ofrenda o decidan qué juguetes compartir.
En fin, que es un buen pretexto para compartir con los pequeños y darles un poco de esta tradición muy mexicana.
